ELIO ANTONIO DE NEBRIJA ABANDONA SALAMANCA
PARA NUNCA VOLVER
Pese a sus muchos años, casi ya son setenta,
Elio Antonio Martínez de Cala y de Xarana
oye nítidamente de labios de un ujier
ese nombre de pila que había ya olvidado,
convocándolo a unas duras oposiciones
de Prima de Gramática en la ciudad del Tormes.
Tres candidatos optan a esa preciada cátedra:
Herrera el Viejo, un tal García del Castillo,
recién llegado al ruedo de la filología,
y el maestro Elio Antonio de Nebrija, firmante
de una excelsa Gramática de la lengua española
(entonces castellana), impresa en Salamanca
el mismo año glorioso en que Colón llegó
a América buscando las Indias Orientales.
Incomprensiblemente, García del Castillo
obtiene mayoría de votos, y la cátedra
es para él. Nebrija, dolorido, humillado,
parte para Alcalá de Henares, donde el viejo
y astuto cardenal Cisneros le concede
cátedra de Retórica en la nueva alma mater
recién creada a orillas del Henares, no lejos
de la romana Complutum (de ahí lo de «complutense»).
Y es allí, en Alcalá, rodeado de gloria,
discípulos y amigos, donde rinde su alma
a Dios un dos de julio del año del Señor
vigésimo segundo del siglo XVI.
¡Qué tropelía aquella tan universitaria!
El genial Elio Antonio, siguiendo esa costumbre
de castigar al genio tan injusta y tan típica
de nuestros pagos, tuvo que padecer en carne
propia la humillación de verse postergado
en la ciudad que tanto quiso, de donde era
su esposa, donde habían nacido sus seis hijos.
Cuando reina el talento, surge siempre la envidia,
y eso es lo que ocurrió. (Yo me limito solo,
como Guillermo Brown, a hacer constar un hecho
en el quincentenario del maestro Nebrija).
Abundan las historias que podrían contarse
de este tipo. De muestra, valga hoy este botón.
LUIS ALBERTO DE CUENCA
Madrid, 8 de diciembre de 2021
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V Centenario del fallecimiento de Elio Antonio de Nebrija
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